jueves, 15 de agosto de 2013

El Papa de los pobres


El Papa del Pueblo, Francisco, está redefiniendo el papado con humildad y franqueza…” dice la portada de TIME del 29 de julio, y dentro de la revista, el título “Un Papa para los pobres”, de un artículo de 4 páginas que Howard Chua-Eoan escribió poco antes de la visita del Papa Francisco a Brasil. Empieza con hablar de la zona miserable de Manguinhos al norte de Rio de Janeiro, donde las excavadoras están preparadas para tirar las casas de los pobres y “limpiar” la cara de la ciudad con vistas al Campeonato del Mundo de Futbol de 2014. Y más en particular la Comunidad de Varginha en Manguinhos, que es aún más miserable, y que Francisco quería visitar en su viaje a Brasil. Muchos pobres no quieren moverse de estos sitios donde ellos mismos han construido con sus propias manos sus casas y han instalado de forma artesanal el suministro de electricidad y de agua. Esperan que la visita del Papa impida su destrucción, como lo impidió ya Juan Pablo II con su visita en 1980. En la fachada de una chabola alguien ha escrito en color azul claro “El Papa va venir a Varginha para visitar a los pobres. ¡Los pobres serán muy felices!” El autor del artículo dice “Saben que Francisco es el Papa de los pobres. ¿No eligió el nombre del hijo de un hombre rico de Asís, que abandonó todo para caminar apenas calzado, un santo vestido de tela de saco?” Un Papa que dijo que el pastor debe oler como sus ovejas… Un Papa para los olvidados de Dios…”

Efectivamente, el jueves 25 de julio, el Papa Francisco visita la Comunidad de Varguinha, como se puede ver en este Vídeo del Vaticano (aconsejable ver y escucharlo en su totalidad, hay versión española), y dirigió este discurso a sus habitantes:

“Desde el primer momento en que he tocado el suelo brasileño, y también aquí, entre vosotros, me siento acogido. Y es importante saber acoger; es todavía más bello que cualquier adorno. Digo esto porque, cuando somos generosos en acoger a una persona y compartimos algo con ella —algo de comer, un lugar en nuestra casa, nuestro tiempo— no nos hacemos más pobres, sino que nos enriquecemos. Ya sé que, cuando alguien que necesita comer llama a su puerta, siempre encuentran ustedes un modo de compartir la comida; como dice el proverbio, siempre se puede «añadir más agua a los frijoles». ¿Se puede añadir más agua a los frijoles? … ¿Siempre? … Y lo hacen con amor, mostrando que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en el corazón.

Deseo alentar los esfuerzos que la sociedad brasileña está haciendo para integrar todas las partes de su cuerpo, incluidas las que más sufren o están necesitadas, a través de la lucha contra el hambre y la miseria. Ningún esfuerzo de «pacificación» será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma. Una sociedad así, simplemente se empobrece a sí misma; más aún, pierde algo que es esencial para ella. No dejemos, no dejemos entrar en nuestro corazón la cultura del descarte. No dejemos entrar en nuestro corazón la cultura del descarte, porque somos hermanos. No hay que descartar a nadie. Recordémoslo siempre: sólo cuando se es capaz de compartir, llega la verdadera riqueza; todo lo que se comparte se multiplica. Pensemos en la multiplicación de los panes de Jesús. La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza.

También quisiera decir que la Iglesia, «abogada de la justicia y defensora de los pobres ante intolerables desigualdades sociales y económicas, que claman al cielo» (Documento de Aparecida, 395), desea ofrecer su colaboración a toda iniciativa que pueda significar un verdadero desarrollo de cada hombre y de todo el hombre. Queridos amigos, ciertamente es necesario dar pan a quien tiene hambre; es un acto de justicia. Pero hay también un hambre más profunda, el hambre de una felicidad que sólo Dios puede saciar. Hambre de dignidad. No hay una verdadera promoción del bien común, ni un verdadero desarrollo del hombre, cuando se ignoran los pilares fundamentales que sostienen una nación, sus bienes inmateriales: la vida, que es un don de Dios, un valor que siempre se ha de tutelar y promover; la familia, fundamento de la convivencia y remedio contra la desintegración social; la educación integral, que no se reduce a una simple transmisión de información con el objetivo de producir ganancias; la salud, que debe buscar el bienestar integral de la persona, incluyendo la dimensión espiritual, esencial para el equilibrio humano y una sana convivencia; la seguridad, en la convicción de que la violencia sólo se puede vencer partiendo del cambio del corazón humano.

Quisiera decir una última cosa. Aquí, como en todo Brasil, hay muchos jóvenes. Jóvenes, queridos jóvenes, ustedes tienen una especial sensibilidad ante la injusticia, pero a menudo se sienten defraudados por los casos de corrupción, por las personas que, en lugar de buscar el bien común, persiguen su propio interés. A ustedes y a todos les repito: nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar. Sean los primeros en tratar de hacer el bien, de no habituarse al mal, sino a vencerlo con el bien. La Iglesia los acompaña ofreciéndoles el don precioso de la fe, de Jesucristo, que ha «venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10).

Hoy digo a todos ustedes, y en particular a los habitantes de esta Comunidad de Varginha: No están solos, la Iglesia está con ustedes, el Papa está con ustedes. Llevo a cada uno de ustedes en mi corazón y hago mías las intenciones que albergan en lo más íntimo: la gratitud por las alegrías, las peticiones de ayuda en las dificultades, el deseo de consuelo en los momentos de dolor y sufrimiento. Todo lo encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora de Aparecida, la Madre de todos los pobres del Brasil, y con gran afecto les imparto mi Bendición. Gracias.”

Pero antes de ir a Brasil y a Varginha, el lunes 8 de julio, el Santo Padre ya había ido a Lampedusa, la isla italiana en el Mediterráneo que, por estar más cerca de Túnez que de Sicilia, sirve de entrada para muchos inmigrantes que viene en embarcaciones frágiles de África. En su homilía en el campo de deportes Arena, el Papa recordó un naufrago reciente: Inmigrantes muertos en el mar, por esas barcas que, en lugar de haber sido una vía de esperanza, han sido una vía de muerte. Así decía el titular del periódico. Desde que, hace algunas semanas, supe esta noticia, desgraciadamente tantas veces repetida, mi pensamiento ha vuelto sobre ella continuamente, como a una espina en el corazón que causa dolor. Y entonces sentí que tenía que venir hoy aquí a rezar, a realizar un gesto de cercanía, pero también a despertar nuestras conciencias para que lo que ha sucedido no se repita. Que no se repita, por favor…Tantos de nosotros, me incluyo también yo, estamos desorientados, no estamos ya atentos al mundo en que vivimos, no nos preocupamos, no protegemos lo que Dios ha creado para todos y no somos capaces siquiera de cuidarnos los unos a los otros. Y cuando esta desorientación alcanza dimensiones mundiales, se llega a tragedias como ésta a la que hemos asistido… ¿Quién ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas? ¿Quién ha llorado por esas personas que iban en la barca? ¿Por las madres jóvenes que llevaban a sus hijos? ¿Por estos hombres que deseaban algo para mantener a sus propias familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de “sufrir con”: ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar!... Señor, en esta liturgia, que es una liturgia de penitencia, pedimos perdón por la indiferencia hacia tantos hermanos y hermanas, te pedimos, Padre, perdón por quien se ha acomodado y se ha cerrado en su propio bienestar que anestesia el corazón, te pedimos perdón por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que llevan a estos dramas. ¡Perdón, Señor!”

La austeridad es un valor que Francisco ya predicaba antes de ser elegido Papa. “Tras la imagen apacible del Papa Francisco hay un obispo que ha lanzado duras críticas sociales”, dicen en la televisión digital, CeresTV, e incluyen este vídeo en el que el Cardenal y Obispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio dice con dureza: "Con mucha vergüenza hace años hemos asistido a lujosas cenas de Cáritas en las que se rifaban joyas y cosas fastuosas. Te equivocaste: eso no es Cáritas." Dice CeresTV que “en los últimos años, cuando el papa Francisco era el cardenal Bergoglio, obispo de Buenos Aires, no ahorró duras críticas contra un sistema económico y social injusto.”


En otra ocasión, el 26 de agosto de 2011, habló ante 400 delegados – laicos, sacerdotes, religiosas y religiosos - de las diócesis de la Región Pastoral de Buenos Aires, que participaban en el Primer Congreso Regional de Pastoral Urbana, y denunció que “El que duerme en la calle no se ve como persona sino como parte de la suciedad y abandono del paisaje urbano, de la cultura del descarte, del ‘volquete’”.

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